Los pronunciamientos de diferentes democracias en el 2016 que culminaron
con la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, nos
revelaron que la humanidad no había avanzado tanto como creíamos y que no
existe una voluntad general para alcanzar un mundo justo, equitativo, tolerante, abierto y socialmente inclusivo, en
el que se respeten los derechos
humanos y la protección del medio ambiente.
Y esta realidad que nos cayó como un portazo en la cara, ratificada con la
actitud y discurso de posesión de Trump este viernes 20 de enero, nos ha
llenado de desesperanza, pesimismo o por lo menos desazón, pues pareciera que
su determinación es cumplir lo vociferado en su campaña, y en consecuencia se
nos vienen días aciagos en todo el planeta.
Su discurso violento, su liderazgo autoritario, su irrespeto a la
diversidad, su nacionalismo trasnochado, su manera vulgar de referirse a las
mujeres, su irresponsabilidad para enfrentar el cambio climático, su ausencia
de ética al desconocer los conflictos de interés y sus aires de superioridad,
nos traen a la memoria tiempos remotos en que unos pocos se creían los elegidos
para detentar el poder.
Por lo menos en La República de Platón los filósofos eran los elegidos para
dirigir el Estado y en la doctrina del Derecho Divino de los Reyes, en que se
escudaron las monarquías absolutistas, creían que su dios los había escogido
para regir los destinos de sus naciones.
Pero estos elegidos por ellos mismos del Siglo XXI, se creen superiores por
haberse enriquecido a costa de explotar al 99% del resto de la humanidad. Así,
sin motivación diferente a la ambición por acumular dinero para sí y sin razones de
Estado o cualidades superiores para buscar el bienestar colectivo. Por eso más
que un salto atrás, la llegada al poder de la ultraderecha, se siente como la caída
a un profundo abismo.
Por fortuna este retroceso al que se avecina el planeta con Trump a la
cabeza, lleva intrínseco su germen de destrucción. Hoy en la Marcha de las Mujeres, millones
de personas salieron a las calles de diferentes ciudades del mundo para decirle
NO a sus políticas. Su posición extrema, ha provocado que hasta los indiferentes, se
levanten con sus discursos liberales y progresistas.
Y de estos discursos vale la pena resaltar dos que han interpretado
nuestros sentimientos y para fortuna nuestra son voces de mujeres.
El de Meryl Streep, la actriz norteamericana de 67 años, considerada en
diversas ocasiones como la mejor del mundo, que en tan solo 5 minutos en la
entrega de los Golden Globe pronunció un discurso maravilloso acerca de
diversidad e inclusión, ante un auditorio que en absoluto silencio la escuchó cuando
decía, refiriéndose a Trump sin mencionar su nombre:
La
falta de respeto invita a la falta de respeto, la violencia incita a la
violencia. Cuando los poderosos usan su posición para intimidar a los demás,
todos perdemos.
Fue un discurso con una gran fuerza por el tono pausado de su voz,
porque reflejaba su profunda convicción y porque fue la voz de aquellos que no
tienen voz, una inmensa comunidad de inmigrantes que viven en los Estados
Unidos, amenazados hoy por estas políticas racistas y excluyentes.
Y el de la extraordinaria Michelle Obama, que participó activamente en
la campaña demócrata, que llevo una vida sin tacha como primera dama, que
lideró programas dirigidos a empoderar a mujeres y niños. Y que en cada
discurso pronunciado, pero sobre todo en aquel de New Hampshire, demostró su
fuerza y coraje, sacados también de su profunda convicción y sentimiento:
No
puedo creer el estar hablando de cómo un candidato a la presidencia de los
Estados Unidos ha presumido de asaltar sexualmente a mujeres. No puedo dejar de
pensar en ello. Esto no es normal. Es vergonzoso. Es intolerable, y no importa
a qué partido político pertenezcas. Ninguna mujer merece ser tratada así.
Ninguna de nosotras merece este tipo de abuso.
Estos discursos nos renuevan la esperanza y hacen pensar que un nuevo
liderazgo en cabeza de las mujeres se impone y para que el mundo cambie habrá
que buscarlas en todo el planeta.
Margarita Obregón
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