Definitivamente,
el resultado del plebiscito, nos dio una dosis de realidad, y nos recordó, en
qué contexto nos movemos, cuál es el país que tenemos, y quienes detentan el
poder.
De los votantes
registrados, 18.42% dijeron NO a los Acuerdos de la Habana, 18.27% dijimos SI, y
el 63.31% no acudió a las urnas.
Entre los
votantes del NO, se encontraban todas las vertientes. Los movidos por sus mezquinos
intereses personales y que están convencidos que el fin justifica los medios
con tal de defenderlos; los de los miedos legítimos cifrados en su propia
experiencia, los desinformados y los ignorantes en toda la extensión de la
palabra, a quienes sin vergüenza y ufanándose de ello, manipularon los cerebros
del Todo Vale.
Quienes
votamos SI, le creímos a Humberto de la Calle cuando nos dijo que ese fue el
mejor acuerdo posible, y además vemos con urgencia que se termine esta guerra
que ha dejado 8 millones de víctimas, con 6 millones de desplazados, 265 mil
muertos, 100 mil desaparecidos y 3 mil falsos positivos.
Y la
mayoría, que simplemente le dijeron al gobierno y a las FARC que hicieran lo
que les viniera en gana.
Y aquí
estamos, desconcertados, con un futuro incierto y con la violencia acechándonos,
tan divididos y radicalizados como en Venezuela pues los de siempre nos
indujeron a que saliéramos a votar “berracos”.
Por ello,
impleméntense o no los acuerdos, hoy más que nunca se necesita la participación
política de la ciudadanía en los destinos del país. Decir que detestamos la política
porque la confundimos con los politiqueros, que somos apolíticos y sentirnos
orgullosos de ello, es una solemne tontería que nos ha llevado a ser engañados por
los de siempre.
El
plebiscito se ha leído como la primera etapa de las elecciones presidenciales
del 2018 y ante el sombrío panorama, se requieren cultura y conciencia política
para decidir el modelo de país que queremos. Y tener claro que cuando apoyamos
un candidato, aprobamos no solo sus formas sino sobre todo su ideología y sus
prácticas políticas.
Hoy en
Colombia existen dos modelos de país irreconciliables, porque llevan consigo
una escala de valores opuesta, entre los cuales se escoge cuando se apoya a sus
líderes.
De un lado
está lo que llamaríamos el modelo RCN, encarnado principalmente por la
Gurisatti y sus amados ídolos políticos, conocidos por ser patrocinadores de la
cultura de las narconovelas, expertos en
manipulación, en distorsionar la historia incentivando un infinito odio hacia
las guerrillas pero la benevolencia hacia los paramilitares pues les importa un
pito la verdad y el sufrimiento de las víctimas; de doble moral, fundamentalistas y ortodoxos
en su ultraderecha; fascinados con el uso de la fuerza, viven de incitar al odio, la homofobia, la intolerancia y
de explotar los bajos instintos de los seres humanos, porque al fin y al cabo
esto que es Colombia, es para ellos un negocio de familia.
Y está el
otro modelo que llamaríamos progresista, de los que no nos resignamos, de los que anhelamos el fin de la guerra, que creemos que los problemas de fondo son la desigualdad y la
exclusión que causan la violencia, y que para ello se requieren reformas
urgentes dentro de un Estado laico, diverso e incluyente. Reconocemos que aquí
si hubo guerra y que necesitamos reparar las víctimas y reconstruir la memoria histórica
para garantizar la no repetición de todo el horror sufrido. Creemos en el
perdón y en la reconciliación y vemos inaplazable la reincorporación social de
los que vienen o han estado en medio de la guerra y quieren realizar sus
mínimos sueños de estudiar y trabajar para sacar adelante a sus familias, como
cualquier colombiano.
Ya no se
trata del SI o del NO, o si se quedó en su casa el pasado 2 de octubre. Se trata
de ser conscientes de las decisiones que tomamos, los candidatos que apoyamos y
el modelo de país que ellos encarnan. Porque sus acciones, sus aciertos y sus
desaciertos, y por sobre todo sus fechorías y crímenes también nos comprometen.
Margarita Obregón