16 de abril de 2016

Lo que nos queda de Amy Winehouse



Hace algunos años me maravillé con Amy Winehouse, la joven británica, nacida el 14 de septiembre de 1983, compositora y cantante que mezclaba jazz, blues, soul y ska, que con una extraordinaria voz de contralto e impactantes interpretaciones, nos recordaba a grandes cantantes como Aretha Franklin o Ella Fitzgerald, y nos obligaba a oírla, aún a los neófitos en esos géneros musicales.



Seguí su carrera, sus discos, sus numerosos premios (6 Grammys, 5 de ellos por su álbum Back to Black) y cada aparición. Pero con el correr de los días me enteraba más sobre su vida personal que sobre su vida artística, ya que la prensa nos tenía muy al tanto de su adicción a las drogas y al alcohol, su bulimia, sus escándalos, rehabilitaciones fallidas, hasta que finalmente supe de su fallecimiento el 23 de julio de 2011.

Se quedó en la memoria de mi corazón su profunda voz y las letras de sus canciones que daban cuenta de una intensa vida, a pesar de su corta edad, marcada por su necesidad de ser amada y sus complejas relaciones.

Revisando las películas ganadoras de los premios Oscar 2016 encontré el documental “Amy”, dirigido por el cineasta británico Asif Kapadia, que ganó este premio como Mejor documental y a la vez otros grandes premios de cine como los Bafta, los Critic’s Choice Awards y los PGA Awards que lo galardonaron en la misma categoría.

El documental cuenta su vida, sus triunfos y su muerte, tras sufrir un colapso ante el síndrome de abstinencia, a través de videos, en su mayoría caseros, y testimonios de sus más cercanos, con bastante objetividad, pues en la mayor parte de sus 2 horas y 8 minutos, están presentes la voz y la imagen de Amy y de sus allegados de manera espontánea.

El filme es impactante y muestra lo peor de nuestra sociedad representada por la ambición de su padre y sus productores, la oscuridad de su marido y el amarillismo de los medios de comunicación frente a una artista muy joven (a los 16 años obtuvo su primer gran contrato) queriendo enfrentar sola el mundo, a su modo, ante el divorcio de su padres, y a su vez divertida, inteligente, de excepcional talento, con innegables ganas de vivir, con una impresionante cultura musical, hipersensible, lo que la hizo muy vulnerable en ese entorno y no apta para manejar los embates de la fama.

Se puede ver al padre, Mitch Winehouse, adorado por la cantante, pero que no tuvo escrúpulos para explotarla aún en sus peores momentos. Asombra ver la escena en la isla de Santa Lucía, a donde Amy había huido para recuperarse, cuando Mitch llega a visitarla en compañía de periodistas y camarógrafos que la invaden sin el más mínimo respeto por su privacidad.


Allí también descubrimos a su marido, Blake Fielder-Civil, que en los inicios de su relación  rechaza a la cantante, la introduce en las drogas duras, la arrastra hasta el infierno y al final, después de su muerte, da su testimonio, aparentemente “limpio” en todos los sentidos, con cara de yo no fui, en violento contraste con esos videos que muestran a la pareja en total decadencia, drogados y fuera de sí, luego de sus veladas de excesos.

Desolación y ganas de que todo acabe cuando se ve la escena del concierto de Amy en Belgrado, totalmente ebria, abucheada por el público, y oír luego al productor que la obligó a cantar, cuando expresa que “mi función era hacer que cumpliera el contrato” sin reparar en la fragilidad de ese ser humano que ya había tocado fondo.  

Y qué decir de la rabia que producen los flashes acosándola continuamente y reventando sobre todas sus debilidades.

Y en medio de todo este drama humano, se nos revelan la emoción de sus éxitos, la gente que sí luchó por ella, su talento, y sus canciones que aparecen y desaparecen a lo largo del documental como un “yo acuso” recordándonos lo que nos hubiera podido deleitar de no haber sido por la voracidad de esta sociedad que con sus antivalores de éxito y dinero se traga a estos seres excepcionales hasta matarlos, sin que ello importe pues después de su muerte, igual, todos siguen viviendo de sus regalías.




Un duro documento y una semblanza para reflexionar, retrato de nuestros tiempos que de un lado nos reafirma que Amy Winehouse siempre estará vigente por su maravillosa voz, por sus conmovedoras interpretaciones, y al mismo tiempo nos llena de remordimientos por permitir que la fama haya precipitado su partida. 


Margarita Obregón




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