Recuerdos de Uma y mami
Por Ana María Benavides
Para mi la entrada al colegio significaba un par de cosas: comprar y alistar todo lo del colegio y volver a Bogotá.
Mi ritual consistía en ir con mami (mami de Ibagué) a la 14 a comprar “cacharro” en todos los puestos. Uno por uno los recorríamos y yo me llenaba de aretes plásticos de caritas felices, pulseras neón en todos los grosores y en cuatro colores (fucsia, verde, amarillo y naranja), calcomanías o stickers que guardaba en un álbum para una ocasión especial, moños para el pelo…en fin todos mis accesorios para el año escolar.También incluía un viaje un poco mas serio a comprar una caja de colores. Yo me moría por tener la caja morada de Prismacolor de colores de doble punta/doble color, esa tan grande que ¡tenía hasta dorado y plateado! Sin duda era la mas cara, así que con mami hacíamos un estudio de mercados por todas las papelerías entre la 14 y la 11 y de la quinta a la tercera. Cuando conseguíamos donde la vendían en mejor precio, llevábamos a Uma para comprarla. Mami era experta en pedir rebaja, así que siempre le sacábamos ñapa en forma de esferos de colores, que al estar prohibidos en mi colegio, eran la envidia de todo el curso.
No solo eran los útiles escolares. También comprábamos lo que iba a llevar en la lonchera. Había una bodega donde uno podía comprar productos Ramo al por mayor y de muy buen precio. Estaba todo siempre organizado por linea de productos. Maicitos, Tostacos, Gansitos, Ponqué gala de zebra, vino, y “normal”, biscochos, panderitos….mejor dicho, ¡el paraíso! Ahí nos aperabamos de un poco de todo para mis loncheras y para “La tienda” pues creo que Uma disfrutaba las galguerías tanto o más que yo.
Habiendo completado las compras, solo quedaba el corte de pelo a manos de Cielito y empacar el maletín azul que use por años con todo ese menaje.
Así, con la maleta llena de golosinas y compras me devolvía para Bogotá. Nos íbamos hasta el aeropuerto donde siempre y sin falta había un conocido al que Uma saludaba efusivamente con un “qué ha habido hombre” y me recomendaba para el viaje. Seguramente también les decía que yo me portaba bien y no los estaba encartando.
La última parte de la despedida siempre era tomarnos algo en la cafetería del aeropuerto donde uno esperaba que llegara el avión de Bogotá. Ahí Uma siempre me daba unos “centavos” que eran bastante más que centavos y yo atesoraba para luego gastármelos en algún antojo de fin de semana en Solferino o en papitas Presto.
Luego, el amigo encargado me daba la mano para subirme al avión y dejar a Uma y Mami despidiéndome desde el otro lado de la reja café del aeropuerto.
Creo que esos años, acompañados de la planeación meticulosa de mi mamá para que a mi llegada tuviera todo nuevo para estrenar con el uniforme y la emoción de comprar los forros de Hojas para los libros y cuadernos (una pinta diferente cada año) hicieron que para mi la época de regreso al colegio fuera algo muy feliz y algo que todavía disfruto mucho, aunque en mi turno no hay que comprar sino el morral y la lonchera 🙃
La última parte de la despedida siempre era tomarnos algo en la cafetería del aeropuerto donde uno esperaba que llegara el avión de Bogotá. Ahí Uma siempre me daba unos “centavos” que eran bastante más que centavos y yo atesoraba para luego gastármelos en algún antojo de fin de semana en Solferino o en papitas Presto.
Luego, el amigo encargado me daba la mano para subirme al avión y dejar a Uma y Mami despidiéndome desde el otro lado de la reja café del aeropuerto.
Nota: Imagino que con la entrada al colegio de Santi llegaron al corazón de Ani todos estos recuerdos.