Por Ana María Benavides
Para Germán Uribe Bueno y
A Germán lo conocí por allá en 1986. Una tarde que Margara
me llevó a su oficina (o por lo menos lo que yo creía que era su oficina). Era
la época de Esquina Popular, y de las comidas en La Casa del Tolima. La era en
que el Renault 6 de Margara vivía lleno de ejemplares del periódico que me
imaginaba que pasaban noches enteras escribiendo o editando.
Germán, siempre rodeado de libros, sacó uno y me lo regalo.
Era un libro de cuentos con un dibujo de un niño vestido de overol azul y un
sombrero en la portada; admito que los cuentos no eran muy buenos, pero
conservé el libro por mucho tiempo…
Pasaba el tiempo y cada vez lo veíamos más y se hacía parte
de nuestra vida, nos invitaba a su apartamento en Chapinero donde, en una
ocasión, en un cumpleaños de Margara con una comida deliciosa (servida por Don
José y su clan de meseros) mi mamá se intoxicó y terminamos en la clínica
perdiéndonos del postre.
En ese apartamento, que parecía como de una serie de HBO,
hice mi primer trabajo a computador. Germán, al ser un escritor de verdad,
siempre estaba a la vanguardia de la tecnología. Yo, en 5 elemental llegaba a
su casa a hacer mi trabajo de Cien Años de Soledad con el análisis literario
comprado en la Panamericana. El pobre debía pensar que era un sacrilegio, pero
igual me prestaba el computador y me hacía comida que me gustaba y me dejaba
mostrarle el árbol genealógico de la familia Buendía.
Por esas épocas llego a nuestra vida Alekos. Era una casa en
Sesquilé, donde pasamos increíblemente felices. ¡Mi cumpleaños de 4 de primaria
lo pase ahí con toda la clase!!! Cada fin de semana íbamos a almorzar y nos
devolvíamos al final del día, pasando a la vuelta por El Carajo a comprar algo
para llevar de regreso.
En esos años Carlos Vives triunfaba con su disco de la Gota
fría, y una vez en la vereda pensaron que Germán había contratado a Carlos
Vives para una fiesta porque el equipo de sonido que tenía era tan bueno que ¡sonaba
como en vivo!
Germán pasaba el tiempo en su hamaca roja y aunque no
hubiera mucho por hacer pasábamos felices. En esa casa Daniela aprendió a
bañarse en una piedra que recogía agua como de lluvia, aprendimos todos a
sembrar hortalizas, y Germán me enseñó a tomar brandy con la leche recién
ordeñada 🥴 y una vez me escribió una dedicatoria en uno
de sus libros donde me decía que era una ensalada de cuentos, haciendo alusión
a las ensaladas que hacíamos con el producido de la huerta.
Vinieron los tiempos del apartamento de la 90 donde siempre
me acuerdo de la limonada especial y la vajilla blanca hexagonal. ¡Era la casa
del jacuzzi y el internet!
Tan vanguardista ha sido siempre la casa de Germán y Margara
que hasta Misi una vez terminó pidiendo que si podía ir a bajar un archivo que
un arreglista le había mandado desde Los Ángeles, y solo se podía bajar por
Cablenet (y casi nadie tenía de eso).
Por esas épocas aprendí que uno podía hacer su propia página
de internet ¡porque Margara y Germán habían construido una, cuando uno ni se
soñaba en conectarse por teléfono!
Muchas veces hicimos almuerzos de sobrinos en ese
apartamento, e incluso celebraciones navideñas donde podíamos ver la pólvora
desde los ventanales inmensos. En esa misma época Maria José Barraza era vecina
de ellos y Germán nos contaba de sus rutinas de ejercicio.
Siempre tendré presente que todos los avances tecnológicos
llegaron a mi vida a través de Germán y Margara. El ascensor que aterrizaba
directamente en el apartamento, el jacuzzi de muchos puestos, el teléfono en el
carro, el televisor de pantalla plana…en fin
Años después, ya cuando yo no vivía en Colombia, German donó
esa biblioteca que yo admiraba y que hoy lleva su nombre, y con los primos fuimos a los eventos de
inauguración; todavía me siento un poquito parte de ese megaproyecto a través
de la Fundación Germán Uribe, aunque en realidad el crédito es de Margara pues yo
solo leo las actas y doy las gracias.
Me perdí de la casa de Subachoque donde toda la familia pasó
momentos felices, y que tristemente el último recuerdo no es uno del que
quisiéramos acordarnos …así que menos mal me quedé solo con el recuerdo de
Alekos y Goyo en Sesquilé.

Es imposible evitar que lleguen todos esos pensamientos a mi
cabeza, los postres sin azúcar, el Mazda plateado, la trucha en el Club de
Guatavita, el amigo Campo Elías donde me llevaban a jugar, el TV cable en los
90s, la biblioteca y la certeza que alguien en la familia podía ayudarme con
las tareas de literatura (porque mi mamá todavía no sabe quién es Sor Juana
Ines de la Cruz), ¡tener enciclopedia en CD!!, los regalitos para Sergio y
Dani, mis “obras de arte” llenado espacios que deberían ser llenados por
verdaderos artistas, el cuarto de música con los cassettes de música clásica,
la columna en Semana (antes de que se volviera FoxNews nacional), las opiniones
sin tapujos en Twitter, ir a la feria del Libro a asegurarnos que Oveja Negra
tuviera suficientes cantidades de los libros, el libro recién publicado
llegando por correo a mi casa aquí casi en el polo norte, y siempre la
generosidad con la que siempre nos ha acogido (tanto que en el “nuevo” apartamento
tenía una suite para nosotros).

La distancia he tenido algo que ver en que mis recuerdos
recientes no sean tantos como los de mi niñez; aún así, creo que es importante
que Germán sepa el profundo impacto que ha tenido en nuestra familia y en todos
nosotros; porque esas memorias no solo se han construido a punta de presencia
física, también nos ha llenado la existencia con detalles chiquitos que al
final hacen que su presencia sea constante así no nos veamos con frecuencia.
Por eso quiero
agradecerle por tanto que nos ha dado, por tantos buenos recuerdos, y por
aguantarnos estoicamente esa unión familiar intensa, con amor desbordado por la
navidad y las cien mil celebraciones de cumpleaños y aniversarios (hasta de la
corrida de un catre). Gracias y mil gracias por tanto. Ojalá tuviera fotos para
acompañar esta "ensalada de recuerdos", porque seguro le sacarían más de una
risa.
Enero 18 de 2024
Nota: Ana María escribió esta "ensalada de recuerdos" sobre Germán, a la media noche, 2 días antes de su muerte y yo le leí el texto tan pronto lo recibí. Le encantó, y con la lucidez que tuvo hasta último momento, me dijo que lo agregara al final de su diario.
Quise publicarlo a los 5 meses de su fallecimiento y agregar algunas de las fotos que ella añora.