27 de enero de 2025

Los dos hombres de mi vida

 

Por Margarita Obregón


Siempre tuve un infinito miedo a la muerte, a la propia, pero en especial a la de mis seres queridos. Y siempre eludí hablar del tema porque era tal el pánico que me producía que era mejor dejar ese león dormido, y decía yo, era mejor no atraer esas malas energías.

Cuando Germán enfermó el año pasado, y sin tener la más remota idea de su gravedad, conocí por esos días una siquiatra geriatra a quien le dije que pronto iría a su consulta porque definitivamente yo no estaba preparada para la muerte de mis seres queridos, que aún veía lejos. No sabía yo en ese momento que 20 días después estaría enfrentando la muerte de Germán, y que me tocó procesarla sin preparación alguna.

En pandemia y como consecuencia de ella perdí a mis tíos y aunque fue devastador, porque ellos hicieron parte fundamental de mi vida, siempre presentes en los mejores y en los peores momentos de ella, y por las condiciones del COVID que no nos permitió despedirnos y ni siquiera darnos un abrazo de consuelo, lo llevé con relativa calma y resignación. Imagino que trataba de ser un ejemplo de fortaleza para mis papás y mi tía Paz que quedó absolutamente sola -perdió su marido, sus 2 hermanas, su empleada de toda la vida y hasta Pirulo su perro- y porque pensé que, dadas las circunstancias y la multitud de historias tan desgarradoras, definitivamente había sido mejor así porque su sufrimiento fue poco, vivieron su vida de manera plena y estuvieron siempre rodeados de amor, respeto y admiración.

Y como si no fuera suficiente con la muerte de mi marido, me tocó también, en este bendito año bisiesto que acaba de pasar, afrontar la muerte de mi papá, que a pesar de haber cumplido 100 años, no deja de ser doloroso, e inesperado, y muy triste por lo definitivo de su ausencia física.

Así pues, este año me tocó despedirme de los 2 hombres de mi vida y convivir todos estos meses con los 2 duelos que agobian, entristecen, abruman, y al mismo tiempo fortalecen el carácter y el espíritu.

Hablé sobre la muerte todo el 2024 con mi familia y con las personas más cercanas, porque como Germán optó por muerte digna, nos enseñó muchísimo con su decisión, para llegar a verla y tratarla como parte de la vida misma y como un proceso natural de nuestra existencia.   Por eso, tal vez, el fallecimiento de mi papá me tomó más serena para asumirlo.

La razón me ha llevado a seguir adelante con mi vida a pesar de que en mi corazón abundan los sentimientos de soledad y abandono, y del dolor y la tristeza que pueden producir la viudez y la orfandad. Solo estoy aprendiendo a vivir sin su presencia física y a relacionarme con ellos de una manera distinta. Y por eso escribo esto, para honrar su memoria reconociendo el legado que me dejaron, que me ha llevado de la mano en estos meses para transitar por este camino, y estoy segura, así será el resto de mi existencia.

Sobre mi papá debo decir que, si hay algo de bondad en mí, sin duda se lo debo a él. Yo no he conocido un ser más bueno. Y no es el lugar común del padre muerto. De verdad yo nunca oí a mi papá pelear con mi mamá, ni con nadie, nunca una furia por algo que lo mortificara y pues ni siquiera un “madrazo” en esos momentos. Me regañó una sola vez en su vida, con razón, y creo que, a algunas de mis hermanas, jamás. Todo le parecía bien, jamás renegó de nada, era el mejor enfermo del mundo, no se quejaba, todo lo soportaba y nos enseñó con su ejemplo -nunca cantaleta- que a todos los seres humanos, sin distingo de clase o condición, debíamos tratarlos con dignidad y respeto. No le gustaba oír que habláramos mal de la gente y por el contrario, los justificaba. Política y humanamente era muy liberal y así nos educó. De un buen humor e inteligencia maravillosos, una capacidad inigualable para lidiar con las matemáticas, a todo le sacaba chiste, y cuando se tomaba sus tragos era aún más divertido. Desde los once años quedó huérfano de padre y madre y a los 13 años empezó a trabajar para sacar adelante a su hermano y a sus primos, también huérfanos. Formó con mi mamá un hermoso hogar y gracias a ellos hemos sido una familia feliz a la que no nos ha faltado nada, y por el contrario hemos sido millonarios en amor y afecto.

De otro lado, Germán llegó para revolucionar mi vida. Desde el análisis y la reflexión y a través de la filosofía, la literatura y la política, le dio contenido a todo eso que yo traía en mi corazón. Aprendí más de él y de sus contertulios que en todos los años de colegio y universidad, y eso que yo era una alumna aplicada. Me abrió un mundo fascinante, en el que coincidimos en infinidad de puntos de vista. De la admiración nació el amor. Fueron 37 años de conversaciones seguidas, intercambios de opiniones, discusiones, y al final casi que nos adivinábamos lo que pensaba o iba a decir el otro, no solo en cuestiones intelectuales, sino en las cosas simples de la vida, comidas, fútbol o algún chisme de farándula. También me enseñó, ese si con cantaleta, la disciplina, el orden, la austeridad, a disfrutar la comodidad, pero a desprenderme de las cosas materiales, a sacarle el mejor provecho a la rutina, a no quejarme de cosas que no valían la pena, pero a reclamar y protestar por mis derechos y por las injusticias, a ser valiente ante las adversidades, porque a otros siempre les va peor, y a tener carácter para decir lo que pienso. Odiaba la debilidad. Si hoy llevo estas ausencias con valor, claro que se lo debo a mis papás que también me lo inculcaron con el ejemplo, pero fundamentalmente a Germán.

Podría seguir llenando cuartillas con el legado que me han dejado los dos hombres de mi vida, y que explican parte de lo que soy. Además, mi papá me dejó una maravillosa familia donde su espíritu está más vivo que nunca y Germán me dejó su huella en mi corazón y en mi cabeza y toda su obra que me acompañan de manera permanente.


Bogotá, enero 20 de 2025

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