11 de noviembre de 2025

¿Clasismo o fascismo?

 

Por Margarita Obregón 


El gobierno del presidente Petro ha sido un gobierno de luces y sombras para quienes no hacemos parte de esa oposición furibunda ni somos parte de sus áulicos que le aplauden y alcahuetean hasta sus faltas de ortografía. Apoyamos ideas, el proyecto progresista, pero no somos adoratrices de ningún líder que se quiera convertir en estatua.

Diciendo esto, si algo ha sido importante del gobierno Petro y sus ideas ha sido la caída de máscaras de aquellos a quienes creíamos demócratas, de centro izquierda o del puro centro, o de aquellos a quienes llaman tibios. La lista de personajes nacionales y de amigos  cercanos o lejanos, compañeros de proyectos, de trabajos, con quienes creímos compartir los ideales de un mundo mejor y menos desigual, con un modelo de sociedad y de Estado en donde lo social predomine sobre lo económico, la paz prime sobre la violencia, donde valoremos más los acuerdos con el enemigo que su exterminio, y donde se respete el sagrado derecho a pensar distinto, es larga y su viraje hacia la derecha, sorprende, desilusiona y muchas veces aterra.

Al principio sentí tristeza por la facilidad con que nos engañaron y por la ingenuidad nuestra. Pero ahora me place infinitamente saber quién es quién, con quién puedo conversar respetuosamente a pesar de las diferencias, a quién puedo comprender que defienda su posición económica, sus intereses, y sus miedos, con quién, a pesar de nuestro pensamiento político disímil, puedo seguir compartiendo principios y valores y con quién definitivamente no puedo ni siquiera tener una conversación, ni sentirme cómoda en el mismo espacio.   

En lo público me sorprendió Juan Camilo Restrepo, conservador “azul de metileno” quién siempre expresó su pensamiento con respeto y altura intelectual; con la llegada de Petro al gobierno, se volvió grosero, irrespetuoso, sin argumentos la mayoría de las veces, solo insultos y tan radical como cualquier tuitero iracundo. La desilusión total me la causó Alejandro Gaviria que pasó de ser un hombre de centro izquierda que aceptó ser ministro en un gobierno progresista porque estaba de acuerdo con ese proyecto político, a un traidor neoliberal, que ahora critica desde el hígado y no desde la razón, igual a todos esos políticos tradicionales del establecimiento con todos los defectos que tanto detestamos. Y desprecio me causó Daniel Samper Ospina por lo bajo que cayó con su humor cuando se trata de este gobierno; me cuestioné mucho sobre este último porque reí hasta más no poder con su columnas y chistes sobre Duque, pero descubrí que no soportaba el clasismo que destila en el humor sobre Petro y sus seguidores, que refuerza con sus opiniones políticas, ya hablando en serio. Y no es que no me gusten los chistes sobre Petro porque me encantan los videos de Jhovanoty.

En lo personal tengo diferencias políticas con muchos amigos y conocidos con los cuales puedo conversar o al menos no compartir, pero respetar mutuamente nuestras posiciones. Pero a otros simplemente los evito; y son esos que estudian ciencia política por WhatsApp, que solo saben repetir arengas, que no tienen empacho ni pudor en aplaudir o ser fanáticos de personajes inescrupulosos o corruptos con tal de criticar al actual gobierno; y con esos que se hacen los de la vista gorda con la corrupción para decir “prefiero ingeniero que guerrillero”, con quienes no tienen escrúpulos en apoyar a Rodolfo o a Abelardo y todos sus atropellos y delitos; y con aquellos que se olvidaron de las causas en las que los que seguí y apoyé porque creí en sus argumentos y convicciones. Los que me enseñaron y con los que creíamos que “no hay proyectos viables sin comunidades viables”, el respeto por los derechos humanos de todos sin distingo de clase ni condición, la responsabilidad social de las empresas con sus grupos de interés, el valor de la memoria histórica, la utilidad y bondad de los Acuerdos de Paz, y todas esas teorías que desconocía y adopté con convicción porque encajaba a la perfección con mis principios y valores y en las que creo y por fortuna sigo defendiendo porque le dan sentido a mi vida. Puedo entender la desilusión personal frente a ciertos proyectos o instituciones de algunos, pero no puedo comprender el cambio radical de los principios y valores, de otros.

Y observando esa virulencia con la que han adoptado esa nueva posición política, me pregunto si realmente es porque ya no creen en esas teorías, o no las conocían bien, o si es porque hay en el fondo un desprecio hacia los funcionarios del actual gobierno, empezando por Petro, porque no pertenecen a su clase, a su círculo de amigos, a su Universidad, o no fueron sus compañeros en Planeación Nacional, o en algún trabajo de aquellos que ejercieron indistintamente en anteriores gobiernos; porque su forma de vestir, sus costumbres, su manera de expresarse, no son las suyas y les repudia hasta despertarles ese intenso odio. Creo que es importante hacernos esa pregunta, cuestionarnos, si realmente nos distanciamos de este gobierno por sus ideas y resultados o por un terrible clasismo que está enquistado en la sociedad colombiana. Que creíamos en la democracia, siempre y cuando el poder estuviera en manos de las personas de nuestro grupo, de nuestra clase, de nuestra universidad, y no de esas de garaje como suele decirse a todas aquellas que no sean las tradicionales. Y nos olvidamos, o nunca lo supimos, que eso es la democracia, el gobierno del pueblo para el pueblo. Lo otro se llama plutocracia.

Argumentan también que quienes detentan el poder hoy en día también son corruptos, que Petro es alcohólico, drogadicto etc y todos los vicios que sin pruebas le atribuyen, pero se olvidan de que en estos 200 años de vida republicana en todos los gobiernos ha habido corruptos, y viciosos, sin que ninguno despertara tanto odio como el actual gobierno. Entiendo su desilusión pero no su odio. Les parecía inteligentísimo Lopez Michelsen, sin importarles o criticarle sus whiskys diarios, que también lo hacían trastabillar, y chistoso Turbay y todos sus escándalos de salón, para no mencionar los desmanes propiciados por su Estatuto de seguridad; tenían sus detractores, pero nunca los despreciaron y odiaron tanto.

Bien vale la pena una profunda reflexión y averiguar si somos de derecha porque ya no creemos en las ideas liberales, progresistas o de izquierda, o si hay en nosotros un profundo clasismo que nos desplazó la butaca hasta la sin-razón del fascismo.   

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