Por Margarita Obregón
El
gobierno del presidente Petro ha sido un gobierno de luces y sombras para
quienes no hacemos parte de esa oposición furibunda ni somos parte de sus
áulicos que le aplauden y alcahuetean hasta sus faltas de ortografía. Apoyamos
ideas, el proyecto progresista, pero no somos adoratrices de ningún líder que
se quiera convertir en estatua.
Diciendo
esto, si algo ha sido importante del gobierno Petro y sus ideas ha sido la
caída de máscaras de aquellos a quienes creíamos demócratas, de centro
izquierda o del puro centro, o de aquellos a quienes llaman tibios. La lista de
personajes nacionales y de amigos
cercanos o lejanos, compañeros de proyectos, de trabajos, con quienes
creímos compartir los ideales de un mundo mejor y menos desigual, con un modelo
de sociedad y de Estado en donde lo social predomine sobre lo económico, la paz
prime sobre la violencia, donde valoremos más los acuerdos con el enemigo que
su exterminio, y donde se respete el sagrado derecho a pensar distinto, es
larga y su viraje hacia la derecha, sorprende, desilusiona y muchas veces
aterra.
Al
principio sentí tristeza por la facilidad con que nos engañaron y por la
ingenuidad nuestra. Pero ahora me place infinitamente saber quién es quién, con
quién puedo conversar respetuosamente a pesar de las diferencias, a quién puedo
comprender que defienda su posición económica, sus intereses, y sus miedos, con
quién, a pesar de nuestro pensamiento político disímil, puedo seguir
compartiendo principios y valores y con quién definitivamente no puedo ni
siquiera tener una conversación, ni sentirme cómoda en el mismo espacio.
En lo
público me sorprendió Juan Camilo Restrepo, conservador “azul de metileno”
quién siempre expresó su pensamiento con respeto y altura intelectual; con la
llegada de Petro al gobierno, se volvió grosero, irrespetuoso, sin argumentos
la mayoría de las veces, solo insultos y tan radical como cualquier tuitero
iracundo. La desilusión total me la causó Alejandro Gaviria que pasó de ser un
hombre de centro izquierda que aceptó ser ministro en un gobierno progresista
porque estaba de acuerdo con ese proyecto político, a un traidor neoliberal, que
ahora critica desde el hígado y no desde la razón, igual a todos esos políticos
tradicionales del establecimiento con todos los defectos que tanto detestamos.
Y desprecio me causó Daniel Samper Ospina por lo bajo que cayó con su humor
cuando se trata de este gobierno; me cuestioné mucho sobre este último porque
reí hasta más no poder con su columnas y chistes sobre Duque, pero descubrí que
no soportaba el clasismo que destila en el humor sobre Petro y sus seguidores, que
refuerza con sus opiniones políticas, ya hablando en serio. Y no es que no me
gusten los chistes sobre Petro porque me encantan los videos de Jhovanoty.
En lo
personal tengo diferencias políticas con muchos amigos y conocidos con los cuales
puedo conversar o al menos no compartir, pero respetar mutuamente nuestras posiciones.
Pero a otros simplemente los evito; y son esos que estudian ciencia política
por WhatsApp, que solo saben repetir arengas, que no tienen empacho ni pudor en
aplaudir o ser fanáticos de personajes inescrupulosos o corruptos con tal de
criticar al actual gobierno; y con esos que se hacen los de la vista gorda con
la corrupción para decir “prefiero ingeniero que guerrillero”, con quienes no
tienen escrúpulos en apoyar a Rodolfo o a Abelardo y todos sus atropellos y delitos;
y con aquellos que se olvidaron de las causas en las que los que seguí y apoyé porque
creí en sus argumentos y convicciones. Los que me enseñaron y con los que
creíamos que “no hay proyectos viables sin comunidades viables”, el respeto por
los derechos humanos de todos sin distingo de clase ni condición, la responsabilidad
social de las empresas con sus grupos de interés, el valor de la memoria
histórica, la utilidad y bondad de los Acuerdos de Paz, y todas esas teorías que
desconocía y adopté con convicción porque encajaba a la perfección con mis
principios y valores y en las que creo y por fortuna sigo defendiendo porque le
dan sentido a mi vida. Puedo entender la desilusión personal frente a ciertos
proyectos o instituciones de algunos, pero no puedo comprender el cambio radical
de los principios y valores, de otros.
Y
observando esa virulencia con la que han adoptado esa nueva posición política,
me pregunto si realmente es porque ya no creen en esas teorías, o no las
conocían bien, o si es porque hay en el fondo un desprecio hacia los funcionarios
del actual gobierno, empezando por Petro, porque no pertenecen a su clase, a su
círculo de amigos, a su Universidad, o no fueron sus compañeros en Planeación
Nacional, o en algún trabajo de aquellos que ejercieron indistintamente en
anteriores gobiernos; porque su forma de vestir, sus costumbres, su manera de expresarse,
no son las suyas y les repudia hasta despertarles ese intenso odio. Creo que es
importante hacernos esa pregunta, cuestionarnos, si realmente nos distanciamos
de este gobierno por sus ideas y resultados o por un terrible clasismo que está
enquistado en la sociedad colombiana. Que creíamos en la democracia, siempre y
cuando el poder estuviera en manos de las personas de nuestro grupo, de nuestra
clase, de nuestra universidad, y no de esas de garaje como suele decirse a
todas aquellas que no sean las tradicionales. Y nos olvidamos, o nunca lo
supimos, que eso es la democracia, el gobierno del pueblo para el pueblo. Lo
otro se llama plutocracia.
Argumentan
también que quienes detentan el poder hoy en día también son corruptos, que
Petro es alcohólico, drogadicto etc y todos los vicios que sin pruebas le
atribuyen, pero se olvidan de que en estos 200 años de vida republicana en
todos los gobiernos ha habido corruptos, y viciosos, sin que ninguno despertara
tanto odio como el actual gobierno. Entiendo su desilusión pero no su odio. Les
parecía inteligentísimo Lopez Michelsen, sin importarles o criticarle sus
whiskys diarios, que también lo hacían trastabillar, y chistoso Turbay y todos
sus escándalos de salón, para no mencionar los desmanes propiciados por su
Estatuto de seguridad; tenían sus detractores, pero nunca los despreciaron y odiaron
tanto.
Bien vale
la pena una profunda reflexión y averiguar si somos de derecha porque ya no
creemos en las ideas liberales, progresistas o de izquierda, o si hay en nosotros
un profundo clasismo que nos desplazó la butaca hasta la sin-razón del
fascismo.
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