10 de septiembre de 2025

Ser viuda

 

Por Margarita Obregón

Ser viuda no es fácil. Si tienes hijos, es durísimo porque te toca disimular delante de ellos tu dolor para que sufran lo menos posible por la ausencia del padre. Si fue un buen papá para que no sientan su ausencia, y si no fue tan bueno, debes estar ahí para ellos porque les será muy difícil cerrar ese ciclo y poder comprender muchas cosas que se quedaron enquistadas en sus corazones.

En mi caso, sin hijos, sin un motivo aparente para seguir adelante, es devastador. Por más que creamos que fue lo mejor que pudo pasar para evitar sufrimiento y deterioro en nuestra pareja, y racionalmente lo podamos entender, emocionalmente, es muy complejo.

En todo lo que he leído sobre duelos algunas hablan de que se viven 3 duelos en esta circunstancia y doy fe de que así es:

El de la ausencia física. Ese ser que tú amas, que es parte de tu paisaje diario, que abrazas, que le das el beso de los buenos días, aquel cuyo pecho es tu refugio para llorar tus penas o tus alegrías o tus angustias, ya no está, y es definitivo. Nunca más lo volverás a ver, ni a tocar, ni a sentir, ni para consolarte ni para que lo consueles, ni para escucharte, ni para oír su voz, su llamado, ni siquiera para pelear. Lo vas a llamar y no te contesta. Te toca hablar sola, con sus fotos, con sus escritos, con sus recuerdos, y ojalá sean muchos, porque el silencio es abrumador. Ese duelo duele mucho, es una herida que sangra, que a veces crees que ya está cerrando y de repente se vuelve a abrir.

El segundo duelo es el de la vida que llevabas y que ya tampoco vas a tener. Tu rutina, tu vida ordenada y segura con él, ya no es, ya no existe, la perdiste, se acabó. El desayuno, el almuerzo, la comida, disfrutar haciendo mercado, el café, el libro que comentamos, las noticias, las películas, el fútbol, el equipo de tus amores, los programas de televisión, aquellos que grababas y que tanto te gustaban, los domicilios a los que llamábamos, la comida del domingo, las cosas simples de la vida, la política, siempre la política. Ya no hay a quién despertar, no hay a quién darle las buenas noches, no hay con quién compartir el café de la mañana, no hay para quién preparar una buena comida y la soledad de la mesa del comedor aterra. La silla vacía, el espacio en la cama, el brazo que alargas y no encuentras nada, no hay a quién comprarle detalles cuando sales sola, ni regalos cuando viajas cuya búsqueda era parte del deleite del viaje. No sabes qué hacer con tu tiempo, te sobra, te molesta, te espanta, y estás paralizada, no haces lo que te toca para sobrevivir.

Perdiste también, como dice Diana Uribe, el “departamento de la desconfianza” que cubría tu ingenuidad, y en ocasiones también el “financiero” que ponía orden a tu dinero. Y así no lo creas necesario, tienes que aprender a suplir estos roles que necesitarás para subsistir.

De pronto te das cuenta de que el tiempo ha pasado y muchas de sus cosas siguen en el mismo lugar, pero también te arrepientes porque saliste de muchas otras que hoy quisieras conservar, oler, acariciar. Todo es confusión, todas son dudas.

Crear una rutina y una vida nueva, no es fácil, toma tiempo y más si ya estamos viejos. Cuando estábamos con ellos creíamos, que en su ausencia haríamos muchas cosas que nos gustaban y a ellos no, y no es verdad. Desde luego se hacen esas cosas y se disfrutan y reímos y gozamos. Pero descubrimos también que hubiéramos preferido continuar con la vida que teníamos, la que compartíamos, porque era la que nos gustaba, la que amábamos, la que nos daba seguridad, y hasta de pronto un aire de superioridad ante muchos otros.        

Y el tercero es el duelo de la intimidad perdida. Y no me refiero a la intimidad sexual, física. No, me refiero a esa complicidad de pareja. A esa persona que te mira y sabe lo que piensas, que te adivina, que te presiente. Que conoce tus gestos de rabia, de dicha, de dolor, de mentira, porque sí, sabe cuando mientes con solo mirar tus manos, el movimiento de tus piernas, la forma de caminar. Frente a la cual no tienes que explicarte, delante de quién dices los que piensas, y solo te atreves a decirlo o a comentarlo con él. Tu opinión sobre ciertas personas, sobre ciertos hechos o sobre ciertas ideas que solo compartes con ese ser que te comprende o que te confronta, y quieres que lo haga, pero ante el cual te sientes libre. Y en este duelo va implícito el de esa versión tuya que también pierdes, en esa que te dabas el lujo de ser sabia, insolente, atrevida, tímida, ingenua, furiosa o amorosa según el día y las circunstancias, pero en la que te mostrabas totalmente auténtica. Esa intimidad y esa versión tuya también se pierden y necesitamos hacerles el duelo.

Y que nadie nos diga entonces que este duelo es fácil, que ya pasará, que hagamos esto o lo otro, porque no es así, no hay fórmula. No pasa, se transforma, y cada cuál lo vive como quiera, como su alma y su corazón se lo digan. A algunas las vence la pena y les es insoportable la vida sin esa persona; duran días, semanas, meses, incluso años sin levantarse. Otras ríen, viajan, siguen disfrutando aparentemente la vida, pero hay un profundo hueco en su estómago o en su corazón que de vez en cuando se rebela y las confronta con estas pérdidas. Otras simplemente continúan la vida con su tristeza a cuestas, sin disimulo y con evocaciones permanentes a ese ser amado, y otras se dedican a buscar compañía que mitigue un poco la soledad que se siente. Las más fuertes reconstruyen su vida, enfrentando cada duelo con valor y le encuentran un nuevo sentido a la vida. Yo quisiera ser de estas, pero hasta ahora he sido cada una de las otras según el momento y las circunstancias.

Sé que es un proceso, lento en mi caso, y puede ser valioso y ayudar a otros si mi mente logra convencer a mi corazón que mi vida sigue teniendo sentido y que todavía me pide muchas cosas y yo aún estoy en capacidad de servir. Todavía hay personas a las que puedo proteger, acompañar, apoyar. Ellos me necesitan y yo los necesito a ellos.

Encontrar esa nueva versión nuestra, construir una nueva vida es angustiante pero retador y cuando la pasas bien un día y puedes traer a tu mente o a tu corazón recuerdos sin tristeza y quizá hasta con alegría, renace en la esperanza. Y no dudo que cada una de nosotras, si eso es lo que queremos, encontrará esa nueva versión y ese camino que le seguirá dando razón de ser a nuestra existencia y sentido a nuestra vida. Yo espero encontrar el mío. 

 

27 de enero de 2025

Los dos hombres de mi vida

 

Por Margarita Obregón


Siempre tuve un infinito miedo a la muerte, a la propia, pero en especial a la de mis seres queridos. Y siempre eludí hablar del tema porque era tal el pánico que me producía que era mejor dejar ese león dormido, y decía yo, era mejor no atraer esas malas energías.

Cuando Germán enfermó el año pasado, y sin tener la más remota idea de su gravedad, conocí por esos días una siquiatra geriatra a quien le dije que pronto iría a su consulta porque definitivamente yo no estaba preparada para la muerte de mis seres queridos, que aún veía lejos. No sabía yo en ese momento que 20 días después estaría enfrentando la muerte de Germán, y que me tocó procesarla sin preparación alguna.

En pandemia y como consecuencia de ella perdí a mis tíos y aunque fue devastador, porque ellos hicieron parte fundamental de mi vida, siempre presentes en los mejores y en los peores momentos de ella, y por las condiciones del COVID que no nos permitió despedirnos y ni siquiera darnos un abrazo de consuelo, lo llevé con relativa calma y resignación. Imagino que trataba de ser un ejemplo de fortaleza para mis papás y mi tía Paz que quedó absolutamente sola -perdió su marido, sus 2 hermanas, su empleada de toda la vida y hasta Pirulo su perro- y porque pensé que, dadas las circunstancias y la multitud de historias tan desgarradoras, definitivamente había sido mejor así porque su sufrimiento fue poco, vivieron su vida de manera plena y estuvieron siempre rodeados de amor, respeto y admiración.

Y como si no fuera suficiente con la muerte de mi marido, me tocó también, en este bendito año bisiesto que acaba de pasar, afrontar la muerte de mi papá, que a pesar de haber cumplido 100 años, fue inesperada, y por tanto muy dolorosa y triste.

Así pues, este año me tocó despedirme de los 2 hombres de mi vida y convivir todos estos meses con los 2 duelos que agobian, entristecen, abruman, y al mismo tiempo fortalecen el carácter y el espíritu.

Hablé sobre la muerte todo el 2024 con mi familia y con las personas más cercanas, porque como Germán optó por muerte digna, nos enseñó muchísimo con su decisión, para llegar a verla y tratarla como parte de la vida misma y como un proceso natural de nuestra existencia.   Por eso, tal vez, el fallecimiento de mi papá me tomó más serena para asumirlo.

La razón me ha llevado a seguir adelante con mi vida a pesar de que en mi corazón abundan los sentimientos de soledad y abandono, y del dolor y la tristeza que pueden producir la viudez y la orfandad. Solo estoy aprendiendo a vivir sin su presencia física y a relacionarme con ellos de una manera distinta. Y por eso escribo esto, para honrar su memoria reconociendo el legado que me dejaron, que me ha llevado de la mano en estos meses para transitar por este camino, y estoy segura, así será el resto de mi existencia.

Sobre mi papá debo decir que, si hay algo de bondad en mí, sin duda se lo debo a él. Yo no he conocido un ser humano más bueno. Y no es el lugar común del padre muerto. De verdad yo nunca oí a mi papá pelear con mi mamá, ni con nadie, nunca una furia por algo que lo mortificara y pues ni siquiera un “madrazo” en esos momentos. Me regañó una sola vez en su vida, con razón, y creo que, a algunas de mis hermanas, jamás. Todo le parecía bien, jamás renegó de nada, era el mejor enfermo del mundo, no se quejaba, todo lo soportaba y nos enseñó con su ejemplo -nunca cantaleta- que a todos los seres humanos, sin distingo de clase o condición, debíamos tratarlos con dignidad y respeto. No le gustaba oír que habláramos mal de la gente y por el contrario, los justificaba. Política y humanamente era muy liberal y así nos educó. De un buen humor e inteligencia maravillosos, una capacidad inigualable para lidiar con las matemáticas, a todo le sacaba chiste, y cuando se tomaba sus tragos era aún más divertido. Me enseñó a escribir antes de entrar al colegio, y aún recuerdo los "5" que me ponía en las planas que me dejaba; gracias a ello entré derecho a "kinder adelantado" -así se llamaba- y me creía genio. Me enseñó la paciencia y la resignación, dos de mis armas preferidas para soportar los embates de la vida.  Desde los once años quedó huérfano de padre y madre y a los 13 años empezó a trabajar para sacar adelante a su hermano y a sus primos, también huérfanos. Formó con mi mamá un hermoso hogar y gracias a ellos hemos sido una familia feliz a la que no nos ha faltado nada, y por el contrario hemos sido millonarios en amor y afecto. Con él a mi lado, sin importar la edad que tuviera, siempre me sentí segura y feliz. En sus últimos años, siempre que lo veía me sentaba a su lado y tomaba su mano no sé si para consentirlo a él o para sentir ese refugio de paz que siempre fue para mí. Creo que mi corazón llegó a pensar que era eterno porque no pude siquiera presentir su muerte.  

De otro lado, Germán llegó para revolucionar mi vida. Desde el análisis y la reflexión y a través de la filosofía, la literatura y la política, le dio contenido a todo eso que yo traía en mi corazón. Aprendí más de él y de sus contertulios que en todos los años de colegio y universidad, y eso que yo era una alumna aplicada. Me abrió un mundo fascinante, en el que coincidimos en infinidad de puntos de vista. De la admiración nació el amor. Fueron 37 años de conversaciones seguidas, intercambios de opiniones, discusiones, y al final casi que nos adivinábamos lo que pensaba o iba a decir el otro, no solo en cuestiones intelectuales, sino en las cosas simples de la vida, comidas, fútbol o algún chisme de farándula. También me enseñó, ese si con cantaleta, la disciplina, el orden, la austeridad, a disfrutar la comodidad, pero a desprenderme de las cosas materiales, a sacarle el mejor provecho a la rutina, a no quejarme de cosas que no valían la pena, pero a reclamar y protestar por mis derechos y por las injusticias, a ser valiente ante las adversidades, porque a otros siempre les va peor, y a tener carácter para decir lo que pienso. Odiaba la debilidad. Si hoy llevo estas ausencias con valor, claro que se lo debo a mis papás que también me lo inculcaron con el ejemplo, pero fundamentalmente a Germán.

Podría seguir llenando cuartillas con el legado que me han dejado los dos hombres de mi vida, y que explican parte de lo que soy. Además, mi papá me dejó una maravillosa familia, que es hoy mi fuerza y mi refugio, donde su espíritu está más vivo que nunca, y Germán me dejó su huella en mi corazón y en mi cabeza y toda su obra que me acompañan de manera permanente.


Bogotá, enero 20 de 2025

27 de agosto de 2024

Mi feliz regreso al colegio

Recuerdos de Uma y mami

Por Ana María Benavides

Para mi la entrada al colegio significaba un par de cosas: comprar y alistar todo lo del colegio y volver a Bogotá.

Mi ritual consistía en ir con mami (mami de Ibagué) a la 14 a comprar “cacharro” en todos los puestos. Uno por uno los recorríamos y yo me llenaba de aretes plásticos de caritas felices, pulseras neón en todos los grosores y en cuatro colores (fucsia, verde, amarillo y naranja), calcomanías o stickers que guardaba en un álbum para una ocasión especial, moños para el pelo…en fin todos mis accesorios para el año escolar.



También incluía un viaje un poco mas serio a comprar una caja de colores. Yo me moría por tener la caja morada de Prismacolor de colores de doble punta/doble color, esa tan grande que ¡tenía hasta dorado y plateado! Sin duda era la mas cara, así que con mami hacíamos un estudio de mercados por todas las papelerías entre la 14 y la 11 y de la quinta a la tercera. Cuando conseguíamos donde la vendían en mejor precio, llevábamos a Uma para comprarla. Mami era experta en pedir rebaja, así que siempre le sacábamos ñapa en forma de esferos de colores, que al estar prohibidos en mi colegio, eran la envidia de todo el curso.

No solo eran los útiles escolares. También comprábamos lo que iba a llevar en la lonchera. Había una bodega donde uno podía comprar productos Ramo al por mayor y de muy buen precio. Estaba todo siempre organizado por linea de productos. Maicitos, Tostacos, Gansitos, Ponqué gala de zebra, vino, y “normal”, biscochos, panderitos….mejor dicho, ¡el paraíso! Ahí nos aperabamos de un poco de todo para mis loncheras y para “La tienda” pues creo que Uma disfrutaba las galguerías tanto o más que yo.

Habiendo completado las compras, solo quedaba el corte de pelo a manos de Cielito  y empacar el maletín azul que use por años con todo ese menaje.

Así, con la maleta llena de golosinas y compras me devolvía para Bogotá. Nos íbamos hasta el aeropuerto donde siempre y sin falta había un conocido al que Uma saludaba efusivamente con un “qué ha habido hombre” y me recomendaba para el viaje. Seguramente también les decía que yo me portaba bien y no los estaba encartando.
 
La última parte de la despedida siempre era tomarnos algo en la cafetería del aeropuerto donde uno esperaba que llegara el avión de Bogotá. Ahí Uma siempre me daba unos “centavos” que eran bastante más que centavos y yo atesoraba para luego gastármelos en algún antojo de fin de semana en Solferino o en papitas Presto.

Luego, el amigo encargado me daba la mano para subirme al avión y dejar a Uma y Mami despidiéndome desde el otro lado de la reja café del aeropuerto.


Creo que esos años, acompañados de la planeación meticulosa de mi mamá para que a mi llegada tuviera todo nuevo para estrenar con el uniforme y la emoción de comprar los forros de Hojas para los libros y cuadernos (una pinta diferente cada año) hicieron que para mi la época de regreso al colegio fuera algo muy feliz y algo que todavía disfruto mucho, aunque en mi turno no hay que comprar sino el morral y la lonchera 🙃



Nota: Imagino que con la entrada al colegio de Santi llegaron al corazón de Ani todos estos recuerdos.

Palabras de amor para Uma

 Por Ana María Benavides


Yo crecí entre mi casa en Bogotá y la casa de Uma y Mami en la calle 11 #1-20, cerquita a la oficina de Uma para que el pudiera ir a almorzar a la casa y cerquita al Círculo donde aprendí a decir “Agua", seguramente porque él me mostraba las fuentes del parque Murillo.

Uma llegaba con el aguacate para el almuerzo, así el almuerzo fuera pasta, y en medio de su pausa para almorzar yo lo llevaba a mi propio salón de belleza donde le lavaba el pelo entre el lavamanos y le ponía un tarro de galletas en la cabeza para simular un secador de pelo y mientras tanto le hacía una mascarilla en la cara con cuanto producto sacaba de la nevera de mami. Él se dejaba hacer todo y después de semejante ritual de belleza volvía a la oficina!!
Por las tardes nos recogía en su Mirafiori blanco donde la Tita y me llevaba a comer banana split, o empanadas…. y a veces las dos!

Con Uma aprendí a jugar a la araña polla, a hacer cosquillas disfrazadas de “cuando le manden a comprar carne…” a hacer “serios” para después morirse de la risa, a saltar juntos en la “pama de uma” (y de paso destrozar las tablas y el colchón de la cama de mami), o juegos mas responsables como el naipe español, las ternas y escaleras, o rumiq.
Con Uma conocí la felicidad de los productos de oficina pues me apropiaba de todas sus cosas y me podía gastar un paquete de papel carbón y media resma de papel normal en una sola sentada…haciendo dibujos y tarjetas que después le vendía y ¡él y mami me compraban! Yo creo que mis visitas le descuadraban todos sus presupuestos pero él era tan sabio que sabía que esa felicidad no tenía precio y que todos estos años después, esos recuerdos nos iban a llenar de alegría.
A Uma aprendí a admirarle su habilidad supernatural para hacer operaciones matemáticas, para hacer un crucigrama de dos páginas de ancho, y también a reconocer sus debilidades y defectos sin ningún problema. Lo suyo no eran los arreglos de la casa ni las herramientas, y tampoco lo de manejar carro o matar el bicho de turno que se metía en el cuarto. Una vez se metió una cucaracha voladora a la casa y Uma se metió debajo de la sabana conmigo para escondernos de la desagradable bestia, mientras mami y la empleada de turno veían cómo matar al esquivo bicho. Otra vez, lo llamé en pánico pues había una lagartija en la sala y él muy serio me dijo: Digámosle que se vaya.
A Uma todo el mundo lo quería y siempre le llevaban cosas en señal de agradecimiento. Me acuerdo que a veces atendía gente que venía desde lejos en chiva y le traían guayabas, aguacates, lo que hubiera en cosecha; una vez le trajeron ¡un pollo vivo entre un costa!!! Él casi se muere de la risa y pues alguien más se tuvo que encargar del bendito pollo.
Uma nunca dejaba pasar una fecha especial sin que uno se sintiera celebrado. Siempre era la primera llamada que uno recibía el día del cumpleaños y ni qué decir de los aniversarios con mami o las navidades con el árbol lleno de regalos y un sobrecito marcado con el nombre de cada uno.
La inteligencia y el tamaño de una persona no se mide en títulos, se mide en la capacidad de adaptarse y de vivir feliz con lo que uno tiene y en la forma de tratar a los demás, y díganme si se imaginan a alguien mejor que él. Para Uma todo siempre estuvo bien, sin importar la dificultad de la situación, o lo imposible que nos pareciera a los demás. Su fortaleza ante la adversidad es una de las enseñanzas más valiosas y de las más difíciles de aplicar en mi día a día. Como dice mami, somos millonarios de haberlo tenido entre nosotros.
El álbum de mi cabeza y mi corazón esta lleno de recuerdos de Uma y mami. Esos recuerdos que han hecho que así viva a medio continente de distancia, él y mami sean parte fundamental de la vida de mi hijo Santi. Son también esos recuerdos los que nos hacen sonreír en este rato tan difícil.
Uma, gracias y mil gracias por haber sido tú. No existen palabras en el diccionario para describir a alguien tan increíble como tú. Sé que tu regreso a casa fue en jet interestelar, porque solo las almas puras como la tuya tienen ese lujo de ser luz aquí y allá.

Que Dios te bendiga y la virgen te acompañe.

PD: Palabras de despedida para Guillermo Obregón escritas y leídas en la misa de cenizas por su nieta mayor Ana María Benavides, el 13 de agosto de 2024

14 de junio de 2024

Pensamientos nocturnos

Por Ana María Benavides


Para Germán Uribe Bueno y

A Germán lo conocí por allá en 1986. Una tarde que Margara me llevó a su oficina (o por lo menos lo que yo creía que era su oficina). Era la época de Esquina Popular, y de las comidas en La Casa del Tolima. La era en que el Renault 6 de Margara vivía lleno de ejemplares del periódico que me imaginaba que pasaban noches enteras escribiendo o editando.

Germán, siempre rodeado de libros, sacó uno y me lo regalo. Era un libro de cuentos con un dibujo de un niño vestido de overol azul y un sombrero en la portada; admito que los cuentos no eran muy buenos, pero conservé el libro por mucho tiempo…

Pasaba el tiempo y cada vez lo veíamos más y se hacía parte de nuestra vida, nos invitaba a su apartamento en Chapinero donde, en una ocasión, en un cumpleaños de Margara con una comida deliciosa (servida por Don José y su clan de meseros) mi mamá se intoxicó y terminamos en la clínica perdiéndonos del postre.

En ese apartamento, que parecía como de una serie de HBO, hice mi primer trabajo a computador. Germán, al ser un escritor de verdad, siempre estaba a la vanguardia de la tecnología. Yo, en 5 elemental llegaba a su casa a hacer mi trabajo de Cien Años de Soledad con el análisis literario comprado en la Panamericana. El pobre debía pensar que era un sacrilegio, pero igual me prestaba el computador y me hacía comida que me gustaba y me dejaba mostrarle el árbol genealógico de la familia Buendía.

Por esas épocas llego a nuestra vida Alekos. Era una casa en Sesquilé, donde pasamos increíblemente felices. ¡Mi cumpleaños de 4 de primaria lo pase ahí con toda la clase!!! Cada fin de semana íbamos a almorzar y nos devolvíamos al final del día, pasando a la vuelta por El Carajo a comprar algo para llevar de regreso.

En esos años Carlos Vives triunfaba con su disco de la Gota fría, y una vez en la vereda pensaron que Germán había contratado a Carlos Vives para una fiesta porque el equipo de sonido que tenía era tan bueno que ¡sonaba como en vivo!

Germán pasaba el tiempo en su hamaca roja y aunque no hubiera mucho por hacer pasábamos felices. En esa casa Daniela aprendió a bañarse en una piedra que recogía agua como de lluvia, aprendimos todos a sembrar hortalizas, y Germán me enseñó a tomar brandy con la leche recién ordeñada 🥴 y una vez me escribió una dedicatoria en uno de sus libros donde me decía que era una ensalada de cuentos, haciendo alusión a las ensaladas que hacíamos con el producido de la huerta.

Vinieron los tiempos del apartamento de la 90 donde siempre me acuerdo de la limonada especial y la vajilla blanca hexagonal. ¡Era la casa del jacuzzi y el internet!

Tan vanguardista ha sido siempre la casa de Germán y Margara que hasta Misi una vez terminó pidiendo que si podía ir a bajar un archivo que un arreglista le había mandado desde Los Ángeles, y solo se podía bajar por Cablenet (y casi nadie tenía de eso).

Por esas épocas aprendí que uno podía hacer su propia página de internet ¡porque Margara y Germán habían construido una, cuando uno ni se soñaba en conectarse por teléfono!

Muchas veces hicimos almuerzos de sobrinos en ese apartamento, e incluso celebraciones navideñas donde podíamos ver la pólvora desde los ventanales inmensos. En esa misma época Maria José Barraza era vecina de ellos y Germán nos contaba de sus rutinas de ejercicio.

Siempre tendré presente que todos los avances tecnológicos llegaron a mi vida a través de Germán y Margara. El ascensor que aterrizaba directamente en el apartamento, el jacuzzi de muchos puestos, el teléfono en el carro, el televisor de pantalla plana…en fin

Años después, ya cuando yo no vivía en Colombia, German donó esa biblioteca que yo admiraba y que hoy lleva su nombre, y con los primos fuimos a los eventos de inauguración; todavía me siento un poquito parte de ese megaproyecto a través de la Fundación Germán Uribe, aunque en realidad el crédito es de Margara pues yo solo leo las actas y doy las gracias.


Me perdí de la casa de Subachoque donde toda la familia pasó momentos felices, y que tristemente el último recuerdo no es uno del que quisiéramos acordarnos …así que menos mal me quedé solo con el recuerdo de Alekos y Goyo en Sesquilé.

Es imposible evitar que lleguen todos esos pensamientos a mi cabeza, los postres sin azúcar, el Mazda plateado, la trucha en el Club de Guatavita, el amigo Campo Elías donde me llevaban a jugar, el TV cable en los 90s, la biblioteca y la certeza que alguien en la familia podía ayudarme con las tareas de literatura (porque mi mamá todavía no sabe quién es Sor Juana Ines de la Cruz), ¡tener enciclopedia en CD!!, los regalitos para Sergio y Dani, mis “obras de arte” llenado espacios que deberían ser llenados por verdaderos artistas, el cuarto de música con los cassettes de música clásica, la columna en Semana (antes de que se volviera FoxNews nacional), las opiniones sin tapujos en Twitter, ir a la feria del Libro a asegurarnos que Oveja Negra tuviera suficientes cantidades de los libros, el libro recién publicado llegando por correo a mi casa aquí casi en el polo norte, y siempre la generosidad con la que siempre nos ha acogido (tanto que en el “nuevo” apartamento tenía una suite para nosotros).

La distancia he tenido algo que ver en que mis recuerdos recientes no sean tantos como los de mi niñez; aún así, creo que es importante que Germán sepa el profundo impacto que ha tenido en nuestra familia y en todos nosotros; porque esas memorias no solo se han construido a punta de presencia física, también nos ha llenado la existencia con detalles chiquitos que al final hacen que su presencia sea constante así no nos veamos con frecuencia.


Por eso quiero agradecerle por tanto que nos ha dado, por tantos buenos recuerdos, y por aguantarnos estoicamente esa unión familiar intensa, con amor desbordado por la navidad y las cien mil celebraciones de cumpleaños y aniversarios (hasta de la corrida de un catre). Gracias y mil gracias por tanto. Ojalá tuviera fotos para acompañar esta "ensalada de recuerdos", porque seguro le sacarían más de una risa.

Enero 18 de 2024

Nota: Ana María escribió esta "ensalada de recuerdos" sobre Germán, a la media noche, 2 días antes de su muerte y yo le leí el texto tan pronto lo recibí. Le encantó, y con la lucidez que tuvo hasta último momento,  me dijo que lo agregara al final de su diario.

Quise publicarlo a los 5 meses de su fallecimiento y agregar algunas de las fotos que ella añora.