Hablar de
Rosa Elvira Cely, aún duele por la forma como fue asesinada, tan brutal que
según cuentan, los médicos que la recibieron en el hospital Santa Clara
lloraron al ver el estado en que la dejó su violador.
Leer de
nuevo los hechos ocurridos aquel 24 de mayo de 2012, causa tanto terror que son
irrepetibles los vejámenes a los que fue sometida. Pero nada ha causado tanta
indignación como la contestación de la demanda interpuesta por sus familiares, presentada
por la Secretaría de Gobierno de Bogotá, que para lograr la exoneración de
responsabilidad, alega la culpa exclusiva
de la víctima, con esta infame conclusión: Si Rosa Elvira Cely no hubiera salido con los dos compañeros de estudio
después de terminar sus clases en horas de la noche, hoy no estuviéramos
lamentando su muerte.
Para ONU Mujeres,
este concepto constituye una expresión de
tolerancia institucional a la violencia contra las mujeres basada en el género,
lo que impide la realización del derecho de las mujeres a una vida libre de
violencias, y obstaculiza su acceso a servicios integrales y de calidad, a la
justicia y a la reparación.
Las
abogadas que contestaron la demanda dieron al traste con los avances que creíamos
haber logrado en Colombia en materia de legislación contra la violencia de género.
No imaginamos
qué estarían pensando estas funcionarias, mujeres como Rosa Elvira, que seguro
habrán salido alguna vez con sus compañeros de trabajo y más seguro aún que se
han codeado con uno que otro delincuente cuyo prontuario desconocen, en este
país con tanto bandido suelto, para revictimizar con tanta crueldad a Rosa
Elvira y para condenarnos a todas las mujeres colombianas a estar confinadas en
nuestros hogares o sitios de trabajo para no ser violadas y asesinadas.
Lo único
que imaginamos, es que llegaron a tamaño argumento con la excusa de
defender el patrimonio estatal. Pero no tuvieron siquiera la mínima vergüenza
de las otras entidades, Policía, Fiscalía y Secretaría de Salud, que al menos
responsabilizaron de manera exclusiva al asesino cuando alegaron como eximente
de responsabilidad la culpa de un tercero,
no obstante que, según sabemos, todas las entidades del Estado fallaron. Unas
por no haber encarcelado al asesino Velasco a pesar de que tenía una orden de
captura y varias denuncias, y otras, por no haber atendido a Rosa Elvira en
forma oportuna y adecuada luego de la brutal violación.
Pero ¿por
qué llegamos a estos extremos? En una sociedad de altos valores donde la vida y
la dignidad humana están por encima de cualquier otro bien digno de protección del
Estado, lo obvio es que las entidades tanto públicas como privadas, reconozcan
su responsabilidad y concilien con las víctimas.
Para las
empresas que negocian en los mercados internacionales, ese es el estándar de actuación,
porque negar su responsabilidad en un caso en que esté comprometido un derecho
fundamental, les puede costar no solo su reputación si no afectar su valor de
manera tan significativa que las lleve a la ruina.
Para las
entidades del Estado con mayor razón, lo correcto es reconocer su
responsabilidad pues está de por medio su obligación de proteger el derecho a
la vida. Pero la mayoría de funcionarios públicos no están capacitados para ello.
Los
abogados de las entidades estatales están preparados y se les exige defender a ultranza
el patrimonio estatal, lo cual está bien, pero carecen de criterio y formación
ética para actuar con justicia y equidad como es su deber, llegando al absurdo
de no conciliar jamás con el indefenso ciudadano, así le asista la razón. Ellos
inventan lo que sea para lograr su propósito, por más descabellado que suene el argumento como culpar a
la víctima de su propia violación y asesinato.
Quienes dirigen los entes de control,
Procuraduría, Contraloría, Fiscalía, en lugar de estar haciendo política, o
justicia mediática, o persiguiendo a sus legítimos contradictores, deberían estar
alineando toda su doctrina y fallos para que en este país y en las entidades
del Estado, al menos, prime la vida y la dignidad humana sobre el patrimonio, así
sea el estatal, a ver si de una vez por todas empezamos a cambiar nuestra absurda
escala de valores.
Margarita Obregón
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